Te dejo es jódete al revés by Señorita Puri

Te dejo es jódete al revés by Señorita Puri

autor:Señorita Puri
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Humor
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


LA CURA

Y tu cuerpo

era el único país donde me derrotaban.

JUAN GELMAN, Otras preguntas

Juan llamó y, como buen caballero, fijó un día, una hora y un lugar. Así me gustaba. Después de recogerme en casa, me llevó a cenar por el Teatro Real, junto a una agradable placita ajardinada en el lateral de la plaza de Oriente. Conocía bien la zona, pero era la primera vez que entraba al restaurante, un local pequeño, de dos plantas y apenas media docena de mesas, situado frente al Alambique, tienda de menaje y escuela de cocina donde me aficioné a los fogones.

Juan era periodista. Teníamos la misma edad, treinta y dos años. Había llegado desde México gracias a una beca de fin de carrera y ahora trabajaba en una agencia de noticias cubriendo actos, redactando artículos… un poco de todo. Compartía un piso alquilado con un español a quien no le unía vínculo ninguno, y de momento no vislumbraba la idea de regresar a su país.

Le hablé de mí, de mi situación personal y de mi trabajo, pero sin entrar en los detalles que la habían originado ni implicarme excesivamente en un discurso emocional o de confesionario. Él lo respetó en todo momento, supo valorar qué terrenos de lo afectivo estaban vedados y aprovechó para conocer mis gustos en lo tocante a lo literario, lo cinematográfico e incluso en lo culinario, pues él también era un pequeño cocinillas.

No tardamos en desprender a nuestro encuentro de su aire protocolario. Los muros que gobernaban nuestro corazón se fueron diluyendo, las palabras perdieron el peso de su gravedad para fluir libremente entre los rincones de lo personal y lo intrascendente, sumiéndonos a Juan y a mí en el terreno de las confidencias y los susurros del corazón.

Tras la cena, mientras cruzábamos sobre el viaducto de Madrid, nos detuvimos para contemplar el poder de la ciudad que se extendía a lo lejos. Pasó su brazo por detrás de mí y me abrazó, en un gesto más espontáneo que reflexivo.

—Ven —me dijo.

Doblamos por un lateral y descendimos unas escaleras empedradas. Las rodeaba un diminuto jardín que confería al espacio y a los portales vecinos una atmósfera romántica, propia de un pequeño pueblo europeo y no de la gran ciudad donde nos encontrábamos. Esa atmósfera se veía potenciada por las luces indirectas que iluminaban los gruesos arcos que sujetaban el viaducto y resaltaban su robusta estructura.

—Me encanta este lugar. Es como ver el backstage de una superproducción —dijo sin apartar la mirada de la estructura. Juan hablaba bajito, con una voz como de baño de espuma y sales.

Dimos una vuelta a la manzana y regresamos de nuevo al viaducto.

—¿Adónde me llevas? —reí—. Menuda vuelta me has dado. Esto te lo tienes tú muy estudiado, ¿eh?

No respondió. Entramos en un bar a escasos metros, con apenas iluminación exterior. Estaba vacío, sus paredes mostraban cierto abandono, a tenor no ya de su escasa clientela sino de las abundantes humedades y los desconchones de pintura, pero el conjunto resultaba favorecido por las paredes de ladrillo visto y un sótano abovedado, como bodega de vino, de atmósfera íntima y acogedora.



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